COVID y oratoria



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¿COVID*-19 y oratoria? ¿Qué tiene que ver la una con la otra?

Bueno, hoy más que nunca la oratoria dinámica, ya sea hablada, escrita o por lenguaje de señas se ha convertido en un factor clave de comunicación, al margen del canal, medio o dispositivo por el que se transmita.

Es cierto que la tecnología y la inteligencia artificial son capaces de procesar, traducir y transmitir mensajes, responder preguntas sobre toda clase de asuntos y hasta generar texto o crear historias, como con ChatGPT, pero todo se origina en los seres humanos inteligentes, no en la tecnología misma ni en ningún robot.

Incluso si crearan oradores totalmente artificiales, ¿dónde quedarían la credibilidad, la confiabilidad y la legitimidad, requisitos esenciales, no solo para la comunicación, sino para la persuasión? Antes había un dicho: "El papel aguanta todo"; pero hoy probablemente se dirá: "La Inteligencia Artificial aguanta todo".

Pero si metieras un millón de conceptos en una licuadora, es decir, en una computadora que realizara un proceso de manera estocástica, ¿qué conseguirías? ¿Llamarías a eso una verdadera inteligencia? 

De hecho, como reconoció Sam Altman:"En este momento sería un error confiar en [la inteligencia artificial] para asuntos importantes. Se trata de solo un vislumbre del progreso. Todavía queda mucho trabajo por hacer en cuanto a solidez y veracidad."

Por eso, sin importar cuánto avancen la tecnología y la informática, la oratoria hablada, escrita y por lenguaje de señas seguirá siendo fundamental para la comunicación, ya se trate de exponer ante funcionarios para discutir problemas al más alto nivel, ante jóvenes estudiantes en una modesta aula educativa en medio de las montañas o ante una multitudinaria convención de delegados y expertos en una gran ciudad.

Quizá podamos engañar a muchos incautos a través de videoconferencias y películas trucadas con Inteligencia Artificial, pero no en presencia, en tiempo real.

Por eso la destreza para la oratoria de quienes originan, traducen, interpretan o de algún otro modo transmiten información trascendental, incide directamente en el efecto que produce en los oyentes, clientes, pacientes, estudiantes y lectores, en cuanto a si prestarán atención, entenderán, concordarán, cooperarán y finalmente transmitirán a otros la información con igual convicción, precisión y motivación.
  1. ¿Prestar atención?
  2. ¿Entender?
  3. ¿Concordar?
  4. ¿Cooperar?
  5. ¿Retransmitir el mensaje?
Cada una de esas cinco reacciones son opciones muy diferentes de parte de un auditorio, y cobran mayor relevancia cuando se trata de hacerlo por teleconferencia, porque en tal caso el contacto puede percibirse aún más cercano e íntimo, o todo lo contrario.

-Quizás des un discurso, pero el oyente no oiga bien lo que dices.

-Quizás te oiga bien pero no preste mucha atención a lo que dices.

-Quizás oiga bien y preste atención, pero no entienda lo que dices.

-Quizás oiga bien, preste atención y entienda perfectamente, pero no concuerde con lo que dices.

-Quizás oiga bien, preste mucha atención, entienda todo lo que dices y hasta concuerde contigo, pero no esté dispuesto a cooperar.

-O quizás oiga bien, preste atención, entienda todo claramente, concuerde contigo, coopere y ponga manos a la obra, pero no esté satisfecho con los resultados o no esté animado a compartir la información con otros.

Además, no pasemos por alto la probabilidad de que algunos no estén dispuestos a poner manos a la obra, ya sea porque el desafío les parezca abrumador, o estén acostumbrados a poner excusas para justificar su desidia, o no les agrade esforzarse o no quieran andar "la milla extra".

En el mejor de los casos, y no por ello sería garantía de eficiencia dando el discurso, cada oyente retransmitirá lo que entendió y procesó personalmente, que tal vez no fue todo lo que el orador quiso que entendiera.

Y por último, no descartemos que podrían cambiar de parecer o abrigar algún motivo para no retransmitir el mensaje, o quizas no recuerden cómo hacerlo.

Toda esa energía depende en gran medida de la destreza del orador para lograr un efecto más abarcador que el promedio, es decir, que sus oyentes no solo le oigan, sino que presten atención y entiendan claramente lo que dice, que los convenza y persuada a fin de que cooperen de buena gana hasta alcanzar la meta de la satisfacción, sentirse impulsados a difundir el mensaje y que lo hagan de manera eficiente.

No debe bastar con que el oyente aplauda y termine diciendo: "¡Muy interesante!", ni mucho menos que el orador se felicite a sí mismo diciendo: "¡Muy bien! Pasemos a otro punto", como si sus oyentes opinaran que su desempeño fue eficaz. 

No sería tan grave si se tratara de vender un producto o servicio. Lo grave sería que se trate sobre un plan de seguridad. En tal caso, no bastaría con vender la idea. La meta no es que simplemente se lleven un producto. ¡Puede ser de vida o muerte!

Por eso, no basta con que el oyente diga: "¡Qué interesante!" ni "¡Entendido!". La meta es que ponga en práctica la información. Y si no le es posible llevarla a la práctica, por lo menos usarla de algún profundizar su análisis o discutirlas o compartiéndola con otros para saber qué opinan.

Eso quiere decir que no solo debes exponer para lograr un impacto o efecto a corto o mediano plazo, sino a muy largo plazo. Hablo de trascender. Algunos mensajes tal vez les parezca irrelevantes, pero recordarán otros el resto de su vida.

Por ejemplo, no recuerdo la primera vez que mi madre me envió a comprar a la tienda ni los consejos que me dio en aquel tiempo. Pero jamás olvido su amor ni que me enseñó a ser honrado.

"Saber", "entender", "adquirir conocimiento" o "ver" una señal de alerta no significa que la persona la tendrá en cuenta o que la pondrá en práctica, sobre todo si la señal no se comunica con claridad suficiente como para ese tipo de persona en particular. Por ejemplo, si alguien nos habla en un idioma que no entendemos, ¿sería realista que esperara que hiciéramos lo que sugiere?

No basta con "decir" algo. Hay que tener en cuenta "la manera" de decirlo. El mensaje podría ser importante y hasta suficientemente informativo, pero si la "forma" de decirlo no es eficaz, será poco probable que dé en el blanco. 

De hecho, si no se extrema el cuidado, hasta podría causar el efecto contrario y contribuir a empeorar las cosas. Cualquier malententendido, por pequeño que sea, contribuye a la desinformación.

Hay quienes suponen que la oratoria es simplemente una cuestión de ser uno mismo, salir al frente y hablar con sinceridad, emotividad y entusiasmo desbordante, un despliegue inagotable de palabras y un movimiento interminable de las manos. Pero, ¿es así de superficial? ¿Es eso "el arte de hablar"?

Creer eso sería tan ingenuo como suponer que uno se convertirá automáticamente en un buen conductor de autobús o piloto de avión porque aprendió a conducir una motocicleta, o porque toda su vida montó caballo, camello o burro. Cada cosa en su lugar.

No pocas veces las noticias nos han mostrado casos escandalosos de líderes, negociantes y hasta religiosos que pasaron a la historia por dar discursos motivadores, pero que al final demostraron ser mera agnotología. Al final condujeron a sus seguidores a un descalabro emocional y social.

Sobre todo en tiempos de crisis, lo que más se requiere son instrucciones claras, verídicas y animadoras de parte de quienes dirigen, pero también expresiones de aprecio, empatía, interés, generosidad y respeto por los oyentes. Cuando se pierde la confianza solo quedan cenizas.

La familiaridad, la esperanza, la seguridad y el ánimo se pueden ganar y perder con mucha facilidad si uno no respeta al auditorio. Puede que la agnotología funcione por un tiempo, pero tarde o temprano se descubre y destapa una olla de grillos, avergonzando a los perpetradores.

Por ejemplo, una persona terca, astuta, discutidora y rebelde tal vez se salga con la suya e incluso despliegue un gran poder de convocatoria junto con todo el entusiasmo del mundo, encendiendo la chispa de la emotividad mediante discursos públicos o arengas capaces de despertar una empatía de odio y desprecio, polarizando al grupo a fin de poner a unos contra otros y sacar ventaja.

Pero ¿qué hará cuando todo se le vaya de las manos y sobrevenga el desastre? ¿Acaso no será probable que huya por su cuenta para salvar el pellejo, abandonando a su suerte a quienes convocó y convenció con tanta emotividad?

No necesito decirte que atravesamos tiempos de crisis y que en todas partes la mayoría está ansiosa y expectante de que alguien salga al frente, exponga un mensaje sensato y canalice los pensamientos y sentimientos dispersos de sus oyentes hacia objetivos comunes que aviven un resplandor de esperanza confiable.

Vivimos en tiempos en los que ya casi nadie se traga un discurso emotivo así nomás. En muchos lugares la confianza está socavada y tenida a menos. Las frases: "Está comprobado científicamente", "el partido tiene razón" o "los expertos dicen que" ya no convencen tanto como antes, sobre todo después de tantas noticias de fraude que se han amontonado a lo largo de la historia.

A fin de tomar decisiones acertadas, cada vez más personas sinceras exigen peso y claridad en el contenido, más lógica y sensatez en el razonamiento, y más respeto y empatía en la motivación.

Por eso, invertir tiempo y otros recursos con la debida anticipación a fin de adquirir competencia en oratoria ha puesto a muchos en vías de hacer presentaciones eficaces para dar en el blanco más a menudo con la palabra. Pero, ¿qué hay de ti personalmente? ¿Cuál es tu percepción de la realidad?

Aquí en Oratorianetmóvil encontrarás sugerencias que te pueden ayudar a impulsar tu oratoria a nuevos niveles, sobre todo en lo que se refiere a la forma de comunicar tus pensamientos, ya sea para exponer ante un gran auditorio, conversar con tus amigos en una velada o simplemente departir con unos niños en un parque.

Algunas recomendaciones te servirán para desechar errores que pudieran nublar la claridad del mensaje, y otras, para reforzar con mayéutica las excelentes cualidades que sin duda ya posees.

A fines de 2019 y principios de 2020 saltó una voz de alarma que sacudió al mundo. Los medios de comunicación esparcieron el rumor de que en China se había desarrollado y esparcido una mutación del denominado SARS-COV-2, o Coronavirus (que poco después se denominó COVID-19 y derivó en la pandemia de 2020).

Es correcto aclarar que el Coronavirus ya se conocía
en el mundo científico desde la década del 60 y que el COVID-19 llegó a ser solo una variante. 
El problema fue que en esta ocasión no solo sometió a prueba los sistemas de salud y los crematorios de casi toda la Tierra, sino la disposición de sus habitantes a cooperar y poner el hombro en los esfuerzos para capear la amenaza.

Cuando hablamos de cooperación, hablamos de apoyo, consenso, convocatoria, persuasión, acuerdo, conciliación y convencimiento. ¿Sería fácil conseguir una cooperación voluntaria? Veamos.

Ciertos investigadores dijeron que echaron a andar el reloj molecular de este virus en particular y determinaron que pudo haber comenzado temprano entre septiembre y diciembre de 2019.

Otros opinaron que la sinergia de enfermedades y la manipulación artificial para modificar las propiedades o estructuras de cierto virus pudo agravar sus consecuencias. Y aún otros afirmaron que no se trataba de una pandemia, sino una plandemia, refiriéndose a algo que pudo orquestarse y planificarse con años de antelación.

Las teorías de conspiración no se dejaron esperar. ¡Se multiplicaron, polarizando a la población mundial hasta en los rincones más alejados! Unos decían una cosa, otros otra, y al centro quedaban los que no tenían ni idea de lo que ocurría.

De hecho, los científicos en todas partes se pusieron en modo turbo y comenzaron a idear fórmulas para responder a la exigencia popular. Unos por ganar el Premio Nobel; otros por ganar la carrera y satisfacer la demanda del nada despreciable mercado comercial; y otros por humanidad.

Al margen de lo negativo, fue positivo que se dispararan tantas alarmas. Porque les puso las pilas no solo a los científicos, sino a todos los sistemas y organismos políticos y de salud, todas las investigaciones y toda la creatividad posible a fin de hacer frente a la nueva realidad.

¿Pero qué relación tenía que ver todo esto con la oratoria como destreza fundamental? ¿Qué relación vital había entre la pandemia y el arte de exponer en público?

Lo que ocurre es que en todas partes, y prácticamente de la noche a la mañana, el despertar del COVID-19 no solo se esparció hasta convertirse en una pandemia [o "sindemia", como prefieren denominarla los estudiosos de las epidemias], sino en una cuestión de bioseguridad internacional.

Se desató una explosión de chismes, tergiversaciones, noticias, documentales, teorías conspiratorias, apps, páginas web, conferencias, entrevistas, vídeos, discursos y debates cargados de información fácil de digerir. Pero no por ser de fácil digestión intelectual significaba que todo argumento se apoyaba en un fundamento confiable.

La desinformación, la duda y la confusión les movió el piso a todos. Verdades y mentiras se mezclaron como un reguero de pólvora. Envenenaron la motivación y el deseo de cooperar de la mayoría. De hecho, cierto noticiero afirmó que aquello resultó en "todo tipo de afecciones físicas y psicológicas".

Poco a poco parecía que descendíamos por una cuesta en un ómnibus cargado de gente furiosa que hubiera arrancado el timón y tirado al conductor por la ventana. ¿Qué resultó de tal caos y anarquía? Puso en evidencia la falta de liderazgo.

Unas autoridades manejaron el asunto con pinzas y cautela, otras fueron al extremo de forzar a sus ciudadanos. O acataban las directrices o se les privaba de sus derechos civiles básicos, lo cual despertó la animosidad de la mayoría.

En China literalmente se llevaron a rastras a quienes no cooperaban con las autoridades, incluso sometiéndolos literalmente a patadas y puñetazos y a medidas draconianas que no soportaron la prueba del tiempo.

La idea era evitar un colapso asistencial, pero ocurrió precisamente lo contrario. Como bien comentó para France24 Daniel López Acuña, que fue Director de "Acción Sanitaria en Situaciones de Crisis" de la Organización Mundial de la Salud, 'el tiempo puso muchas falacias en evidencia'. En muchos lugares hubo un manejo inadecuado del diálogo con la población y faltó  una pedagogía social capaz de ayudar a todos a entender el por qué de las medidas de bioseguridad. 

Y como bien añadió y puntualizó: 'La Pandemia del COVID nos dejó muchas lecciones, pero no todas las hemos aprendido [...] Todavía no  hemos entendido que se requiere una pedagogía social eficaz'.

Con una pandemia en ciernes no era tiempo de simplemente tener algo que decir, ni de disparar palabras a diestra y siniestra, como si cualquiera pudiera salir al frente, decir lo que fuera y aún así dar en el clavo de la convocatoria, y mucho menos de la solución.

Había que ser tonto para creer que, si se disparaba al cielo, la bala no regresaría. ¿Acaso se esfumaría? Sería una necedad creer que las balas y cohetes seguirían subiendo sin parar y se esfumarían en lo alto.

¿Acaso caerían delicadamente sobre todos, como copos de algodón? ¡Podían matar a alguien! ¡Llenaron 
el lecho oceánico de desechos armamentistas!

Con la Pandemia la gente comenzó a morir por miles en todas partes, día tras día. ¡Hasta se desplomaban en las calles! Las cifras aumentaban exponencialmente alarmando a todos. El descontento y desconcierto generalizados socavó el respeto, la generosidad y la empatía de muchos. Cada quién se disparó por su cuenta y riesgo. ¡Sálvese quien pueda! La desinformación, la ignorancia, el prejuicio, la intolerancia y el miedo tomaron el descontrol, y los hechos quedaron deshechos.

Muchos se levantaron en masa en un lugar tras otro para protestar contra las autoridades, y el desaliento invadió cada vez más los hogares, arrasando con el equilibrio, la decencia y el respeto por la vida. Mientras tanto, la ciencia se vio justificada a usar Conejillos de Indias por todas partes, es decir, a experimentar sobre la marcha porque no había tiempo que perder ni precedentes en los cuales apoyarse.

Unos morían por los virus, y otros, por la ineficacia de ciertas vacunas; otros porque se estafaba a muchos con el fin de obtener un provecho egoísta, y aún otros porque desbordaban emocionalmente, psicosomáticamente.

La desesperación y la sombra de la muerte destaparon la Caja de Pandora del desacato hacia las recomendaciones de bioseguridad, y a toda suerte de opiniones encontradas. La realidad de hecho había cambiado, aunque nadie podía definirla.

No es por ser pesimista, pero entre las secuelas de algunos virus mutantes que los médicos siguieron descubriendo, se añadió el daño neurológico que afectaba la pronunciación y disminuía la capacidad respiratoria, reduciendo la resonancia de la voz (¿producto de enfermedades reales o de los fármacos administrados?). Y quién sabe qué otras capacidades para la oratoria serían ser afectadas en el futuro. Pero esa no sería lo peor de la secuela respecto a la oratoria.

Lo peor fue que muy pocos expertos resultaron ser lo suficientemente competentes en oratoria como para convencer y persuadir a sus auditorios. Usaron lenguaje abstracto, pocos ejemplos, tono aburrido, ambigüedades y manerismos que no daban en el blanco de la información y la motivación. Eran expertos en todo, menos en técnicas dinámicas para exponer en público.

La información era vital, pero sin motivación fue imposible mover a acción, o por lo menos en la dirección correcta. Convencer es primordial, pero aunque suene a lapsus, persuadir es más que primordial. Digo esto porque, aunque hay expertos que sí están capacitados en oratoria, es decir, para informar y motivar, los intérpretes a otros idiomas destruyen su motivación al no estar capacitados en oratoria.

Lo común es que un intérprete se concentre en la información pero no en el tono o ni en la modulación, que son cualidades vitales para motivar.

El mismo principio aplica al lenguaje de señas, respecto al impacto motivacional de los gestos y ademanes. ¿De qué sirve que un orador motive si el intérprete desmotiva hablando o gesticulando de manera monótona? Solo beneficiaría a los que hablan su propio idioma.

Sin embargo, objetivo del intérprete no es la motivación, sino la información. De modo que, aunque los intérpretes no son los oradores, también necesitan entrenamiento en oratoria para que entiendan la importancia de mejorar constantemente su formación en oratoria. ¿Cómo hacerles entender? Con una receta de comida.

Por ejemplo, imaginemos que un chef gana un concurso por preparar una comida deliciosa, y diseña una receta para que cualquiera pueda copiarla exactamente. Pero ¿qué sucederá si alguien usa la receta pero no le pone la medida adecuada de sal o de cualquier otro condimento, o no usa la temperatura y tiempo de cocción indicado? ¿Saldrá deliciosa? ¿Ganará un concurso? ¡Claro que no!

Sea como fuere, el estado de emergencia por el COVID no solo exigió una vacuna contra el virus, sino contra la autocomplacencia que contagia a algunos oradores e intérpretes, que creen que no necesitan capacitarse en oratoria.

A la par con la ausencia de una vacuna (porque su estudio estaba en ciernes), quedó en evidencia una gran carencia en el ámbito comunicacional de muchos. Sabemos que no puede haber seguridad industrial sin difusión clara y motivadora. Es un principio que aplica igualmente a la bioseguridad y a cualquier discurso que pretenda ayudar.

Nadie imaginó lo difícil que sería persuadir a todos para que mitigaran el impacto contribuyendo con su granito de arena para evitar el colapso de los sistemas hospitalarios. Solo había que cooperar lavándose las manos más a menudo, poniéndose correctamente una mascarilla, no agarrándose el rostro con manos contaminadas, respetando un distanciamiento social más que prudente entre unos y otros y, en algunos casos, permaneciendo en casa.

Pero ya fuera que entendieran las instrucciones, o se pasaran por alto, muchos terminarían contribuyendo al problema o a la solución. Además, el que uno decidiera estar a favor o en contra sería un derecho que se debía respetar.

¿Pero cómo pudo ser tan increíblemente difícil convencer a todos, por no decir siquiera a la mayoría? ¡La oratoria saltó así al primer plano como nunca antes!

Lamentablemente, muchos no supieron aprovecharla en todo su potencial porque no la habían tomado en serio. Quizas nunca la estudiaron a fondo y con anticipación, y los que lo hicieron, comprobarían que sus métodos evidentemente no resultaban eficaces.

Fue como si dijeran: "¡Volteen a la derecha!", y todos voltearan a la izquierda; "¡Miren abajo!", y todos miraran arriba. ¡Qué desastre! Desaprovecharon muchas oportunidades de convencer y persuadir.

Al margen de que uno estuviera a favor o en contra, tal descuido y displicencia puso en evidencia que no era solo cuestión de lo que se diría, sino de cómo se diría, además de por qué, dónde, cuándo cuánto se diría. ¡Sí, la oratoria sería un factor decisivo respecto a "qué decir" "cómo decirlo"!

Es verdad que, como solía decir Carlos Van Der Veen, "todo cambio genera una crisis", pero ahora también se podía decir que la crisis y el temor de contraer COVID-19 generó un hipercambio. ¡De hecho, desató una hipercrisis! Nadie pudo controlar ni predecir cómo ni cuándo se superaría, sobre todo al recibir noticias de nuevas variantes y mutaciones que resultarían más agresivas. La incertidumbre adquirió visos de tenebrosidad y angustia.

Fue una bomba de tiempo para la frustración, la desesperación, el desaliento, el caos y, en última instancia, la anarquía. En las plataformas de streaming pronto surgieron vídeos cataclísmicos para todos los gustos. ¡Millones de visitas, clics, campanitas, likes y suscripciones por todas partes!

Un mar humano desesperado arremetía contra las fuerzas del orden en ciudad tras ciudad debido a los diferentes efectos de lo que las masas consideraron injusticia, discriminación, desigualdad y mala gestión de las autoridades.

No solo se activó una alerta contra el COVID-19, sino que se estaba alcanzando un punto de inflexión. La palabra colapso empezó a chisporrotear como un hilo de pólvora. De la noche a la mañana todo el sistema trastabilló como nunca. Caímos como pescados en una red. ¡Ahora todos exigían un nuevo mundo! Como si fuera fácil.

Muchos en todas partes esperarían una mayor competencia en oratoria y más sentido de responsabilidad de parte de los expertos, las autoridades, periodistas y comentaristas al tomar la palabra públicamente y decir aquello que coadyuvara al éxito, no al fracaso.

Casi no hubo tiempo que perder preparando discursos, tampoco recursos que bastaran ni cuerpos que lo soportaran. Había llegado la hora de improvisar discursos eficaces en todo sentido y en casi todos los campos, y cada quien hizo lo mejor que pudo. Lamentablemente, no hubo suficiente poder de convocatoria. La gente se disparó por su cuenta. La oratoria no estuvo a la altura de las circunstancias.

Por ejemplo, un periodista entrevistó por televisión a cierta experta epidemióloga. Le hizo dos preguntas muy preocupantes. Pero ella consumió unos seis minutos (lo que equivale a unas 1000 palabras) abundando en detalles técnicos, ¡¡Y no respondió las preguntas!!

Estando el mundo frente a tal cuello de botella, ¿acaso era tiempo de gastar 1000 palabras y no decir prácticamente nada que reflejara sentido práctico ni impartiera entendimiento ni motivación a los desesperados oyentes? En mi opinión, su oratoria fue un fracaso. Habló y habló y habló, pero no dijo nada de lo que su auditorio necesitaba oír. Usó tantos tecnicismos y conceptos abstractos que nadie asimiló una sola frase.

No estoy diciendo que el contenido de su discurso no fuera impresionantemente científico, sino que seguramente no fue de valor práctico para la gran mayoría de los angustiados e ignorantes terrícolas que la escucharon.

En el extremo opuesto, y al margen del título nobiliario que ostentaban, era digno de nota que sí hubo algunos discursantes que desarrollaron sus teorías causando impacto con sus palabras, comprendiendo a su audiencia y captando la atención de principio a fin. Daban ganas de seguir prestándoles atención. Y aunque sus oyentes quizás no los conocían ni tenían referencias, ni tampoco conocían sus fuentes ni les habían preguntado nada, con una lógica simple y entretenida lograron sintonizar con su tema y satisfacer la apremiante sed de información.

Por ejemplo, para enfatizar la urgencia de cumplir con las sugerencias, alguien terminó su discurso diciendo: "Si sales a jugar un partido de fútbol, puede que tu próximo balón sea uno de oxígeno", una ilustración eficaz que impactó y me causó gracia. De hecho, fue una frase inolvidable. Probablemente puso a todos a meditar. Fue una afirmación creativa e interesante. En cinco segundos movió a todos a una profunda reflexión.

Pero ¿bastará impactar para convencer y persuadir, sobre todo a personas tercas y emotivas que solo creían en la suerte, o que el COVID-19 es una farsa? Impactar era esencial, pero no lo era todo. Como resultado de las restricciones gubernamentales, la cuarentena forzó a muchos a volcarse a las teleconferencias para retomar de alguna manera sus actividades laborales.

Muchos tuvieron que hacer su mejor esfuerzo por quedar bien con sus televidentes. Y ni qué decir del impacto en el ámbito social. Todos, incluidos los más lentos, se transformaron en cibernautas expertos que hacían clic con el dedo por todas partes. Los perritos andaban celosos porque ahora el mejor amigo de su amo era su smartphone. Ya no lo sacaban a pasear. Lo descolgaban por la ventana de su departamento con una larga cuerda para hacer sus necesidades y luego los halaban de regreso.

Habilidad para oratoria

Así es. La competencia en oratoria y el sentido de responsabilidad de un orador debe concebirse lo más temprano posible en la vida y desde lo más elemental: Aprender a informar (para convencer) y motivar (para persuadir).

Con pandemia o sin ella, ya sea en persona o mediante una teleconferencia, mientras la comunicación sea necesaria, la práctica de la oratoria siempre resultará imprescindible en todos los campos y niveles.

Desatender la oratoria como palanca para el mejoramiento del desempeño significa dejar a la casualidad el efecto de los discursos, lo que equivale a disparar al aire un arma de fuego sin tener en cuenta que cada una de las balas -a menos que sean de fogueo- regresará y podría caer sobre alguien.

Por eso, si apoyas el clamor general ¡QuédateEnCasa! y estás consciente de que tu oratoria necesita un ajuste, aprovecha la coyuntura y revisa punto por punto tu habilidad para poner en práctica los principios explicados aquí en Oratorianetmóvil.

¡A estudiar oratoria se ha dicho! Esta vez tu palabra va en serio. 
Ya sea que tu campo de acción esté relacionado con la salud pública o que te dediques a la educación, las ventas o a cualquier actividad empresarial que pudiera demandar una comunicación eficaz de tu parte, ya sea por el bienestar de los demás o el tuyo propio, recuerda que hoy, más que nunca, se te exigirá que pongas mucha atención a tu desempeño en oratoria.

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COVID. Por regla general, en español las siglas no llevan tilde. Pero para pronunciar esta palabra, el énfasis debe ponerse en la "i" porque aplica la misma regla ortográfica para "edad", "usted", "ardid", "efod" y "alud". Escribir palabras con mayúsculas no exceptúa la regla sobre la tilde ni el acento prosódico.

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